domingo, 24 de marzo de 2013

PREGÓN DE SEMANA SANTA

Por José Antonio Satué Huerto

Sariñena, 23 de marzo de 2013


Buenas tardes, querido Fernando; buenas tardes a todos, queridos amigos y amigas de Sariñena. Cuando me llamasteis, desde la cofradía, para pedirme que fuera el pregonero de la Semana Santa, acepte con mucho gusto. Os agradezco este detalle de cariño. Venir aquí es un placer, porque aquí he vivido tres intensos y felices años, por los que doy gracias a Dios, cuando me encuentro con alguno de vosotros o, simplemente, cuando veo en la carretera una señal que dice "Sariñena".
Dice el diccionario: Pregón: Discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le anima a participar en ella
. Éste va a ser mi objetivo: animaros a participar en esta Semana Santa 2013. Teniendo en cuenta que participar no significa sólo asistir. Participar significa contemplar, ver y escuchar con el corazón el mensaje profundo de las celebraciones, las imágenes y las procesiones de estos días tan especiales. Os animo a participar, porque en estas celebraciones de Semana Santa se dan respuesta a muchas preguntas importantes, que todas las personas nos hacemos, antes o después, con mayor o menor profundidad: ¿Quiénes somos? ¿Qué podemos esperar de los demás? ¿Qué podemos hacer frente a la injusticia y al sufrimiento? ¿Vale la pena comprometerse y sufrir por los demás? ¿Qué podemos esperar de Dios? ¿Tenemos razones para esperar un futuro mejor, una vida después de la muerte? Estos interrogantes y otros muchos encuentran respuesta en los acontecimientos que celebramos en Semana Santa.
1. QUIÉNES SOMOS ¿Qué es el ser humano? Muchas respuestas se han dado desde la filosofía. Se ha dicho que el hombre es un ser que piensa, un ser que trabaja, un ser que consume, un pasión inútil…
Creo que las celebraciones de Semana Santa nos enseñan que los seres humanos, mujeres y hombres, somos buscadores. Los discípulos buscan la felicidad junto a Jesús. Los sumos sacerdotes y el sanedrín buscan proteger sus intereses. El pueblo busca que alguien solucione sus problemas. Pilato busca la verdad y su tranquilidad. Herodes busca únicamente diversión y placer. La Madre de Jesús, María Magdalena y las mujeres de Jerusalén buscan aliviar a Jesús. Judas busca dinero y la defensa de sus ideas. Jesús busca la salvación de la humanidad, busca el abrazo de las personas con Dios.
Al contemplar tantos y tan variados personajes, también nosotros nos preguntaremos: Y yo, ¿qué busco? Nos pasamos la vida buscando, buscando la verdad, buscando la belleza, buscando la felicidad, buscando el bien propio y el de  los demás. Nunca estamos satisfechos del todo. Hacemos realidad un sueño, conseguimos una meta, un trabajo, un amor… y al poco tiempo crece en nosotros el deseo de conseguir algo más.
Somos buscadores. Buscamos, porque somos pequeños y nuestro corazón desea una felicidad grande; no se conforma con migajas. En el fondo, todos buscamos la felicidad, por distintos caminos. Es importante escuchar la voz del corazón, que nos mueve a buscar una felicidad más grande. En cada etapa de nuestra vida, resuena ese deseo, esa llamada a buscar. Si la acallamos, si no la queremos oír, la rutina y el aburrimiento ahogarán la felicidad que deseamos.
Es importante buscar y buscar por el camino adecuado. Nunca se puede buscar la felicidad perjudicando a los demás y, mucho menos, en contra de los más débiles. Hace 2000 años, la búsqueda de los sumos sacerdotes y de Pilato provocó la muerte de Jesús. La búsqueda de Judas terminó pendiente de un árbol; la de Herodes, ahogada en angustia y temor.
Jesús nos mostrará estos días la mejor dirección para encontrar la felicidad que anhelamos. Se alcanza la felicidad cuando no se desea obsesivamente; mejor dicho cuando se busca el bien de los demás. Como apunta un maestro espiritual de nuestro tiempo: la felicidad es una dama esquiva, que rechaza al que la corteja directamente y se da, como regalo sobreabundante, a quienes se entregan a los demás (Germán Arana). En la pasión y la resurrección de Cristo, se hacen realidad las palabras que él mismo pronunciara: quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mt 16,25). En definitiva: Somos buscadores de felicidad. También nuestros niños y jóvenes. Los padres, los educadores, los catequistas y sacerdotes estamos llamados a descubrir sus búsquedas y sus sueños y a mostrarles la senda del amor, el camino de Cristo, la que les conducirá, con más derechura, a encontrar la dicha más deseada.

Ser buscadores significa, además, que no estamos hechos del todo, que tenemos muchas posibilidades para crecer en amor, en esperanza, en verdad. En aquella primera Semana Santa fue terrible, pero muchos cambiaron de arriba abajo. Mejor dicho: el encuentro con el crucificado-resucitado les transformó. En esos siete días, Pedro deja para siempre la espada y el orgullo y toma la cruz y la humildad. El centurión romano abraza la fe al ver cómo moría Jesús: en paz, sin protestar, perdonando y amando. Los discípulos más miedosos son capaces de jugarse la vida y perderla por anunciar a Cristo y vivir como él.
Y nosotros, ¿queremos crecer, ser mejores, más coherentes, más humanos, más creyentes?
2. CÓMO AFRONTAR EL FRACASO Y LA DEBILIDAD La vida es un camino con subidas y bajadas, avances y tropezones, éxitos y fracasos barajados. En Semana Santa se nos muestran caminos para superar caídas, retrocesos, malos momentos…  Judas y Pedro nos muestran dos caminos bien distintos de encajar el fracaso. Los dos traicionaron a su amigo y Señor; ellos dos y el resto de compañeros, que desaparecieron. Judas no se perdonó, no buscó el perdón de Jesús y la soga de la desesperación acabó con su vida. Pedro, en cambio, lloró, se atrevió a mirar a Jesús y acogió el perdón del maestro, aprendió a ser humilde y a confiar.
Jesús también experimentó el fracaso. Los evangelios describen sus sentimientos en el huerto de los olivos con seis palabras terribles: tristeza (Mt 26, 36), miedo y angustia (Mc 14, 33), turbación y tedio, incluso agonía (Lc 14, 33). Camino del calvario, Jesús caerá una y otra vez. Y ¿qué hace Jesús? No esconde su debilidad, la asume y la comparte con sus discípulos, aunque se duerman. Se apoya en la debilidad de sus amigos y en la fortaleza de Dios, al que no deja de rezar en todo momento. Por eso, cae y se levanta.
En Cristo tenemos respuesta a nuestra pregunta: podemos afrontar el fracaso y la debilidad asumiendo nuestra pequeñez, apoyándonos en los demás, aunque sean tan débiles como yo; apoyándonos en Dios, la roca fuerte y segura.

3. QUÉ PODEMOS ESPERAR DE LOS DEMÁS Hay etapas en la vida en las que confiamos ciegamente en los demás. Los niños pequeños sienten que sus papás son más fuertes que super-man. Cuando somos adolescentes, creemos que un amigo jamás nos traicionará. Sin embargo, la vida nos da desengañando y muchos acaban sin confiar en nadie. Contemplando los últimos días de la vida de Cristo, nos damos cuenta de que Jesús agradece, con todo el corazón, cada detalle de amor: la ayuda del Cireneo, la valentía de Verónica que limpió su rostro, las lágrimas de las mujeres, la cercanía fiel de su madre, la Virgen, de María Magdalena y del discípulo Juan; agradece hasta la confianza de un ladrón. Jesús agradece y, además, comprende y perdona cada olvido, cada negación, cada traición, porque Él, mejor que nadie, sabe que somos barro (cf. Sal 102,14). Por eso muere sin rencor, rezando:
Perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). También nosotros, podemos y debemos esperar mucho de las personas que nos quieren: cercanía, ayuda, consejo, ánimo, amor… No obstante, no nos puede sorprender que nuestro amigo Pedro, si tiene miedo, diga que no nos conoce; o que los que, un domingo de ramos, celebran con nosotros una fiesta, a los cinco días, pidan nuestra cabeza; o que los que sienten molestos con nuestra alegría conspiren contra nosotros; o que haya "jueces" que nos condenen aunque no encuentren nada malo en nosotros. Así somos las personas: capaces de dar la vida y de quitarla. Todos somos así, de una manera u otra. Y si nos creamos mejores que los demás, recordemos las palabras de Jesús:
El que esté libre de pecado que tire la primera piedra (Jn 8,7). No es fácil confiar en los demás, sabiendo que nos pueden fallar, pero hemos de intentarlo, una y otra vez. Hemos de apoyarnos en los demás, pero sin exigirles lo que nunca nos pueden dar, lo que nosotros no podemos darles. Necesitamos de los demás. Solos no podemos crecer. Pero no olvidemos que los demás no son
Dios, no siempre están (o estamos) disponibles, no siempre nos entienden, no siempre podremos ayudar. Sólo Dios es Dios, sólo Dios es fiel y está siempre disponible.
4. QUÉ PODEMOS HACER FRENTE A LA INJUSTICIA Y EL SUFRIMIENTO Cuando muere una persona joven, cuando sucede una catástrofe, cuando unos sufren los errores y las injusticias de otros… en muchas ocasiones, nos preguntamos: ¿por qué? Es normal. Sin embargo, cuando repasamos la historia que celebramos estos días, nos daremos cuenta de que muchos personajes nos invitan a cambiar la pregunta. En vez de plantearnos las razones de la injusticia y el sufrimiento, podríamos pensar qué podemos hacer.
La Virgen nos responde: podemos estar y acompañar. Ella estuvo lejos en la hora del milagro y el éxito, pero acompañó a su Hijo, muy de cerca, en la hora de la pasión y la muerte. En los últimos tres Martes Santos, en la impresionante procesión del encuentro de Sariñena, al llegar a la cuarta estación, junto al Ayuntamiento, os he recordado que ese encuentro, entre María y su hijo, es el que más ayudo a Jesús: Con su madre tan cerca, Cristo se sintió comprendido. Si ella pudiera... llevaría aquella cruz. Y Cristo notó que, con el amor cercano, con el dolor compartido... la cruz ya era distinta. Estar y acompañar parece inútil, pero en muchas ocasiones es lo más eficaz, lo más consolador para el que sufre. Ante la injusticia y el sufrimiento, podemos llorar, como las mujeres de Jerusalén. Mientras muchos contemplan la pasión de Jesús como si fuera un espectáculo, hay un grupo de mujeres que tienen un corazón de carne y lloran. Las lágrimas son una forma de inconformismo con el mal, una forma de oponerse al pasotismo de la mayoría. Nadie quiere sufrir y llorar –es verdad–, pero, si queremos ser humanos, tenemos que hacerlo cada vez que a un niño no se le deja nacer y a una persona nacida no se le permite vivir con dignidad.

Ante la injusticia y el sufrimiento, podemos ayudar a llevar la cruz, como el Cireneo. No podremos quitarla del todo, pero sí podremos arrimar el hombro. Entonces, aunque parezca sorprendente, nuestra cruz se aligera.
Los vecinos de Sariñena –lo he podido comprobar en muchas ocasiones– sabéis estar y acompañar, llorar y arrimar el hombro, no sólo cuando suceden accidentes como el de Verín, también cuando muere el pilar de una familia o en una casa se quedan sin ingresos o sin esperanza.
¿Cómo responde Jesucristo a la injusticia y el sufrimiento? Él no lucha contra la injusticia y el sufrimiento a base de violencia, palabrería o trucos de magia. El cargó y sigue cargando con nuestros dolores, como una madre carga con los sufrimientos de hijo, para aliviarle. Jesús lucha y vence al pecado, a la cruz y a la muerte, con la fuerza más poderosa de este mundo, la fuerza del amor, un amor que se arrodilla ante los pies y corazones sucios, en el lavatorio; un amor que se esconde en el pan y el vino de la eucaristía; un amor que se entrega hasta el fin, en la cruz; un amor alegre y fuerte, en la resurrección. 
 No sabemos los últimos porqués de la injusticia y el sufrimiento, pero la Semana Santa nos ofrece las mejores lecciones y la fuerza más eficaz para hacerles frente. Desde el ejemplo y el Espíritu de Cristo, los cristianos y todas las personas de buena voluntad estamos llamados a amar, a cargar con la cruz de Jesús, presente en todos los que sufren. Reza así Rafael de Andrés: Jesús, tú exclamas por la boca de los amargados: pase de mí este cáliz; tú preguntas con los golpeados sin motivo: ¿por qué me pegas?; tú eres juzgado injustamente en los condenados sin causa; tú eres condenado a muerte en los millones de niños inocentes; tú eres coronado de espinas en campos de alambradas; tú repites la vía dolorosa en quienes hoy arrastran la cruz…
Este es el camino del amor, el camino de Cristo, tan antiguo y tan nuevo, que el Papa Benedicto XVI explicó, como nadie, en sus discursos y documentos, y que el nuevo Papa, Francisco, anuncia con muchos gestos de humildad y cercanía.

5. TIENE SENTIDO SACRIFICARNOS Y SUFRIR POR LOS DEMÁS ¿Merece la pena llevar la cruz de los demás, sacrificarnos y sufrir por nuestra familia, por nuestro pueblo, por la gente que sufre, aquí y en el tercer mundo?
En muchas ocasiones parece que no tiene sentido sacrificarnos por nada y por nadie; sobre todo cuando parece que es inútil, cuando comprobamos que los que más se comprometen son los más criticados. Sin embargo, en Semana Santa aprendemos que hay sufrimientos que merecen la pena. Sufrir por la verdad, sufrir por amor, sufrir al lado de los que sufren… como Jesús, como la Virgen María, es un sufrimiento redentor; es decir un sufrimiento del que nace vida, alegría y esperanza; es un sufrimiento que nos hace más humanos y nos acerca a Dios.
Sin embargo, el sufrimiento que provoca el odio, el egoísmo, la avaricia es, a la larga, más pesado que el sufrimiento por amor. Y además no produce fruto alguno. Por eso, la cruz de Jesús, aunque parezca mentira, es la más llevadora. Cristo mismo nos dice: mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11,30). Por tanto, podemos decir que lo que merece la pena es amar y no tanto sufrir. Amar es lo más importante. Y si hemos de sufrir por amor, no nos echemos atrás. Estemos seguro de en la tierra de nuestro dolor nacerán, gracias a Dios, flores de vida abundante.

6. QUÉ PODEMOS ESPERAR DE DIOS A veces, cuando alguien sufre la enfermedad, la desgracia se piensa: Algo habrá hecho mal, es el castigo que merece por sus pecados. Esta forma de interpretar el sufrimiento está ya superada por el Antiguo Testamento. El libro de Job deja claro que las desgracias de este hombre justo no son un castigo por sus errores. Además, nosotros sabemos que Jesucristo murió joven, a los 33 años, y murió sólo en la cruz, después de dedicar todas las fuerzas de su corazón a amar a todos. Por tanto, tengamos claro que Dios no es el origen de nuestras desgracias. Dios es el origen de la vida. 6 Saber que Dios no es el causante de nuestros sufrimientos nos consuela. No obstante, los creyentes y a veces hasta los no creyentes, cuando sufrimos miramos al cielo y decimos: ¿Dios, no vas a hacer nada, dónde estás? Cuando Benedicto XVI visitó el campo de concentración nazi de Auschwitz, el 28 de mayo de 2006, dijo: En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto? Si nos fijamos en la vida Jesús, nos daremos cuenta de que Dios Padre no quitó de los labios de su Hijo el cáliz amargo del sufrimiento. Tanto es así que, en la cruz pronunció las palabras angustiosas: Dios mío, ¿Dios mío, por qué me has abandonado? (Mt 27,46; Mc 15,34). El Obispo y poeta Pedro Casaldáliga escribe: ¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué nos abandonas en la duda, en el miedo, en la impotencia? ¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas delante de la injusticia…?
Nunca podremos responder del todo a estas preguntas tremendas. Pero, mirando la historia del mundo y los últimos días de la vida de Cristo, intuimos que no podemos esperar que Dios vaya arreglando, con un milagro detrás de otro, lo que va destrozando el uso torpe de la libertad que Él nos ha dado. Dios se ha tomado en serio nuestra libertad y nuestra dignidad. Es verdad que Dios puede hacer milagros y los hace, cuando lo cree oportuno; pero no podemos esperar que Dios sea un remedia-desastres.
Entonces, ¿qué podemos esperar de Dios? ¿Para qué sirve rezar y celebrar los sacramentos? Don Javier Osés, el que fuera nuestro Obispo durante tantos años, cuando estaba a punto de morir, nos lo explicó. En una de sus últimas cartas, desde el hospital, nos dijo que agradecía mucho su oración por él, aunque no serviría para evitar su muerte próxima. Nos decía que la oración sirve para unirnos a Dios, para unirnos entre nosotros. Ciertamente, la oración no sirvió para que D. Javier recobrara la salud, no sirve para que cualquiera de nosotros dejemos de sufrir; como no sirvió para que Jesús no muriera en la cruz.
La oración y los sacramentos nos ayudan a sentir a Dios cerca, a ver que no estamos solos, a percibir que hay muchas personas que nos quieren y nos acompañan. Y cuando nos damos cuenta de que Dios está cerca, cuando acogemos su presencia, cuando dejamos que Él haga su obra en nuestro corazón, como auténtico protagonista de nuestra conversión y de nuestro crecimiento cristiano, Él hace maravillas, auténticos milagros en nuestra vida. Entonces, podemos afrontar los problemas, las enfermedades y la cruz; porque sabemos y sentimos que el amor que Dios nos tiene es más fuerte que el dolor y la muerte. Esta es la experiencia de Jesús, que en la cruz pone su confianza en Dios cuando dice: "A tus manos encomiendo mi espíritu".
En definitiva, no podemos esperar que Dios sea como un pararrayos, que aleje el dolor y el sufrimiento. Pero sí podemos esperar que su amor multiplique nuestras alegrías y comparta nuestras tristezas. Sí podemos esperar un amor más grande que la muerte, un amor fiel que nos salve de la soledad, el miedo y la desesperanza.
7. QUÉ PODEMOS ESPERAR DESPUÉS DE LA MUERTE Con la muerte violenta e injusta de Jesús en la cruz parecía que todo había terminado. Sin embargo, la historia es testigo de que, poco tiempo después del Viernes Santo, el Evangelio de Jesucristo se propagaba por todo el mundo entonces conocido. ¿Qué ocurrió? Sus discípulos nos cuentan que Jesús resucitó y se les apareció, para convencerles de que estaba vivo y para darles la fuerza necesaria para continuar su misión. La resurrección de Jesucristo los puso en pie. Ellos no pusieron en pie la resurrección. Cristo resucitado fue venciendo su incredulidad.
La resurrección anuncia que el pecado y la muerte no tienen la última palabra. En la historia ha entrado la fuerza de la resurrección, una fuerza que nos alcanza a todos, a través del bautismo y de los demás sacramentos, del encuentro amoroso con Cristo resucitado.
Desde la resurrección, estamos llamados a anunciar que Dios no es rival de nuestra libertad y de nuestra felicidad, sino el mejor aliado para alcanzarlas. ¡Cuántas veces repitió esta idea nuestro anterior Obispo, D. Jesús Sanz! Desde la resurrección, somos enviados a trabajar para que lo que nos espera en la vida eterna se haga realidad en ésta, superando prejuicios y rencillas, trabajando por la unidad de nuestras familias, de nuestro pueblo y del mundo entero.
Por eso, la Semana Santa encuentra su culmen en la noche y el día de Pascua. Felicitamos a Jesucristo y nos felicitamos entre nosotros en la Vigilia Pascual, en la Eucaristía y la procesión del resucitado del domingo. Al llegar a Sariñena, me alegré mucho cuando D. José María Alonso me explicó que, en esta parroquia, las procesiones de Semana Santa no terminan el viernes, sino el domingo.
Creemos en la resurrección y la vida eterna, en una vida plenamente feliz. Creemos porque creemos en la justicia. Muchas personas buenas se merecen disfrutar una vida mejor de la que han tenido en esta tierra, una vida en la que cosechar los frutos del amor y el trabajo que sembraron aquí; una vida en la que completar sus sueños de felicidad y alegría.
Creemos en la resurrección y la vida eterna, en una vida plenamente feliz, porque así lo desea nuestro corazón. Nuestro corazón desea que gane y venza la vida y no la muerte; la justicia y no la violencia; la verdad y no la mentira. Y el corazón tiene razones que nunca comprenderá la inteligencia (Blaise Pascal).
Creemos en la resurrección y la vida eterna, en una vida plenamente feliz, porque, a pesar de nuestros fallos, ya hemos experimentado la fuerza del Resucitado, que nos levanta de la tristeza y el miedo, del egoísmo y la desesperanza, que a veces nos hunde.
La Resurrección, aunque sea difícil de creer, es el fundamento de nuestra fe y no está lejos de nuestro alcance. La resurrección es como la primavera. Lo que 8 parecía muerto y bien muerto revive, resucita. Han estallado las yemas de los almendros y de los árboles más madrugadores. Nuestros campos se visten de blanco y rosa. Los días crecen más rápidamente y el sol remolonea más para acostarse tras las montañas del horizonte. Hasta las descuidadas cunetas de las carreteras, en este tiempo, nos ofrecen florecillas. La Naturaleza y la liturgia pascual cristiana nos anuncian un mismo mensaje: podemos resucitar a una vida nueva. No hay personas sin solución. Todos podemos mejorar. Nuestra sociedad puede regenerarse. Esta crisis que sufrimos no va a ser eterna.
Desde la resurrección, podemos interpretar la historia de las personas y del mundo como una gran procesión, como la que celebramos por San Isidro, cada 15 de mayo; con sus tres tiempos: primero, la preparación de las carrozas, segundo: la procesión hacia la ermita de Santiago, y tercero: la Misa y la fiesta de hermandad. La vida de las personas también tiene tres tiempos: primero, la preparación en las entrañas de la madre; segundo, la andadura bajo los aires, fríos y calores del mundo; y tercero: la fiesta en la que nos seremos plenamente felices, al sentir siempre y del todo el amor de Dios y los hermanos.
Un poeta de nuestro tiempo lo ha expresado con más belleza: Creemos que el amor poderoso del Padre resucitó a Jesús de entre los muertos. Que la muerte no puede llevarse vida alguna que viva más allá de su propio egoísmo; que el amor de Jesús pasó por el estrecho y triste pasillo de la muerte al mirador sin fin de la vida total. Creemos que Jesús está vivo por nosotros (A. Roger Garaudy).

CONCLUSIÓN Esto son sólo palabras. No basta con saberlas y decirlas, con escucharlas y recordarlas. Hay que sentirlas y vivirlas en las celebraciones de Semana Santa y en la vida de cada día.
Que paséis una Semana verdaderamente santa.


José Antonio Satué Huerto

lunes, 18 de marzo de 2013

PROGRAMACION SEMANA SANTA

21 de marzo - jueves
A las 7:30 de la tarde: Reunión con todas las personas que quieran colaborar en las Celebraciones de Semana Santa.

22 de marzo – Viernes de dolor
A las 7 de la tarde: Celebración Penitencial y  Confesiones individuales en la Iglesia Parroquial.

23  de marzo – Víspera de Domingo de Ramos.
A las 7 de la tarde: Misa en la Iglesia Parroquial, con bendición e imposición de medallas y hábitos. A continuación, Pregón de Semana Santa, a cargo del sacerdote D. José Antonio Satué Huerto.

24 de marzo - Domingo de Ramos
No habrá Misa en la Residencia.
A las 11 de la mañana: Bendición de Ramos en la plaza Mezín (Capilla de Loreto), Procesión y Misa en la Iglesia Parroquial.

26 de marzo - Martes Santo
A las 8 de la tarde: Misa en la Iglesia Parroquial y Procesión del Encuentro, en la que rezaremos el Vía Crucis.

28 de marzo - Jueves Santo.
A las 7 de la tarde:  Celebración de la Cena del Señor.
A las 11 de la noche: Hora Santa ante el Monumento.
A las 12 de la noche: Rompida de la hora.

29 de marzo - Viernes Santo
A las 9 de la mañana: Apertura de la Iglesia Parroquial.
A las 11 de la mañana: Vía Crucis en la Iglesia Parroquial.
A las 7 de la tarde:  Celebración de la Pasión del Señor y Procesión.

30 de marzo  -Sábado Santo.
A las 11 de la noche: Solemne Vigilia Pascual.

31 de marzo -Domingo de Resurrección
A las 11 de la mañana: Procesión del Resucitado y Misa de Pascua.