Por D. Nicolás López Congosto
Vicario
General de la Diócesis
de Huesca
Sariñena,
12 de abril de 2014
SALUDOS
Querido
hermano sacerdote José Ignacio, Queridos
miembros de la Cofradía
de la Sangre
de Cristo coordinadora de la Semana Santa, Cofradías
de las Vírgenes y de los Santos, Señoras y Señores.
Sean mis
primeras palabras de agradecimiento a Dª Mercedes Cerdá Palop, Presidenta de la Junta Directiva de la
Cofradía de la
Sangre de Cristo por su invitación y por el alto honor para con mi
persona al proponerme ser Pregonero de la Semana Santa de Sariñena
Mi
gratitud también a todos Uds. presentes en esta Iglesia Parroquial de San
Salvador, vuestra casa, nuestra casa y
lugar elegido desde hace algunos años para el Pregón.
INTRODUCCIÓN
Deseo comenzar
este Pregón con unas palabras del
Apóstol Pablo dirigidas a la comunidad cristiana de Corinto: “Cuando viene a
vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia
o sabiduría, pues, nunca entre vosotros, me precié de saber cosa alguna, sino a
Jesucristo y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi
palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la
manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la
sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.
(I Cor. 2, 1-5)
Y así, le pido al Señor que sepa situarme ante
ustedes con espíritu paulino, sabiendo
que sólo soy un humilde discípulo de
aquel, que fue columna de la Iglesia. No
me cabe duda de que el bien que me pueda hacer y que les pueda hacer hoy, aquí,
sólo se puede realizar desde la transmisión del mensaje que nos anuncia la Semana Santa:
proclamar a las gentes la Buena Noticia
del amor que plasmó con su vida : Jesús de Nazaret. Para mí, Jesús da sentido a
mi vocación de servicio a los demás en
este ministerio que sigo acogiendo como
una gracia de Dios y en esta diócesis de Huesca, por medio de la cual amo
profundamente a la Iglesia.
Dentro de
este sencillo reconocimiento de fe, quiero expresar mi gratitud y mi recuerdo a
aquellos que tomándome de la mano me acercaron a la Iglesia, me abrieron sus
puertas y me acompañaron en la fe: me estoy refiriendo, sin duda alguna, a mis padres, que me engendraron en la fe y
que hoy descansan en la paz del Señor.
SIGNIFICADO DEL PREGÓN
Pregonar es anunciar, y es también
gritar. Anunciar o gritar a los cuatro vientos un acontecimiento importante,
algo que marca la vida de las personas o de los pueblos. Pregonar es también
llamar a la vigilancia, a estar despiertos, a ponerse en camino, porque algo grande sucedió, ha
sucedido o está próximo a suceder.
Para
pregonar los días de dolor y de
sufrimiento, de soledad y de entrega, de muerte y resurrección del Señor, hemos
de remontarnos a aquel primer Pregón que, en la oscuridad de la noche, el Ángel
pregonero de la Navidad
anunció con gozo a la humanidad entera el nacimiento del Mesías Salvador. Así
sonaba su pregón: “No temáis, os anuncio una gran alegría, una noticia para
todo el pueblo: Hoy en el ciudad de Belén os ha nacido un salvador, el Mesías,
el Señor”. Y al mismo tiempo que suenan en nuestro corazón aquellas palabras
del Ángel Pregonero de la
Navidad, hemos de conectar
y sintonizar con el que el Ángel pregonero de la Resurrección anunció
para todos y para siempre el triunfo de la vida sobre la muerte: “No busquéis
entre los muertos la que vive, no está aquí, ha resucitado”.
Pregonar
es también recordar, por eso les recuerdo
que estamos culminando el tiempo cuaresmal y como bien saben todos
mañana es Domingo de Ramos y
comienzo de la Semana
Grande, la Semana Santa.
LA SEMANA SANTA
La Semana Santa es el centro del año litúrgico. Es la semana más importante, porque en ella se conmemoran
los acontecimientos centrales del misterio cristiano. La más importante también,
porque las celebraciones que hay que organizar durante estos días son muchas y
complejas y es preciso prepararlas y planificarlas de forma coordinada y
coherente. No se trata de reproducir
miméticamente los acontecimientos redentores. La mayor parte de la gente tiene
la impresión de que durante estos días vamos celebrando (recorriendo) paso a
paso, los distintos acontecimientos que dan cuerpo al misterio redentor.
Aparentemente es así. Pero, en realidad, hay que superar esta clave de
interpretación, pues lo que celebramos desde el comienzo de la Semana Santa es el triunfo de
Cristo sobre la muerte y su victoria definitiva sobre el pecado.
Hay que
garantizar además la identidad propia de cada celebración: esto requiere un
esfuerzo sereno y lúcido. Hay que conferir a cada celebración el colorido y la
significación que le corresponde, si no queremos que nuestra Semana Santa
resulte monótona y reiterativa.
Domingo de Ramos
El
domingo de Ramos es el pórtico de la Semana
Santa. Recordamos la llegada de Jesús a Jerusalén y su
sorprendente entrada en la ciudad. Él no
era muy conocido en la capital, porque su predicación había tenido lugar
principalmente en su tierra, Galilea. Era conocido, eso sí, por los dirigentes
religiosos y políticos, que sabían de aquel predicador que hablaba de Dios con
gran convicción y, en nombre de Dios, cuestionaba muchas cosas… aquel
predicador que tenía un gran éxito entre la gente sencilla, entre los que
contaban poco y entre los más pobres.
Jesús,
como buen judío, sube a Jerusalén para celebrar la Pascua. Y, al llegar a las puertas de la ciudad, pide prestado un
asno, monta en él, y entra. Los seguidores que le acompañaban, y mucha otra
gente, sobre todo niños, lo aclaman. Y aquella acción toma un gran significado,
porque recuerda antiguas palabras proféticas que hablaban de un rey que vendrá
con sencillez, y dirá palabras de paz. Jesús se presenta así, y lo hace
consciente de que eso es una provocación que terminará llevándole a la muerte.
Pero es una de las formas más claras de decir cuál es el mensaje de Dios y cuál
es la buena noticia que Él nos trae.
La Parroquia de Sariñena
celebra el domingo de Ramos con la solemne bendición de Ramos en Capilla de Nuestra
Señora de Loreto y la procesión, acompañando el paso de la Burreta hasta la Iglesia parroquial donde el sacerdote procederá a la bendición
de los niños. La Eucaristía del este
domingo se celebra por la tarde.
El martes
santo se celebra la procesión del Encuentro en el marco de un Vía Crucis,
procesionan los pasos de Jesús con la cruz acuesta y la Dolorosa.
Jueves Santo
El día de
Jueves Santo recordamos y celebramos la
última cena de Jesús con sus discípulos. Su último encuentro con ellos antes de
la pasión. Un encuentro que quiere resumir el sentido de todo lo que está a
punto de ocurrir: su entrega hasta la muerte, su vida para siempre.
Nos
podemos imaginar el ambiente que se viviría allí en el cenáculo, donde Jesús y
los suyos se habían reunido para comer la cena pascual, aquella cena en la que
los judíos conmemoraban, año tras año, la liberación de la esclavitud de
Egipto. Un ambiente tenso, porque todos son muy conscientes de que las
autoridades judías quieren eliminar a Jesús. Y en un ambiente de afecto mutuo,
porque ahora más que nunca aquellos discípulos se sienten unidos al Maestro, aunque les cueste tanto
entender lo que Él dice y hace.
En medio
de aquel ambiente Jesús, que actúa como cabeza de familia, se levanta y realiza
un gesto sorprendente: lava los pies a
los discípulos. Era algo que correspondía hacer a los esclavos. Y, haciéndolo
él, les quiere enseñar cuál es el sentido de todo lo que él ha vivido, y cómo
deben vivir también los discípulos; poniendo su vida al servicio de los demás,
totalmente.
Y junto
con este gesto, realiza otro, aún más sorprendente. Toma el pan, toma el vino,
y se les da anunciándoles que aquel alimento es su Cuerpo y su Sangre, y será
para siempre su presencia en medio de ellos. Él, muerto por amor, resucitado
por la fuerza de Dios, vivirá para siempre en medio de la comunidad. Y el pan y
el vino serán el sacramento de esa presencia.
Allí,
sentados a la mesa, Jesús les hablará una y otra vez de amor. Y Judas se
marchará de la cena y venderá al Maestro por treinta monedas. Y cuando llegue
la noche, se irán hacia el huerto de Getsemaní, donde Jesús vivirá la angustia
ante lo que está apunto de sucederle y se pondrá, con toda confianza, en manos
del Padre.
Viernes Santo
El
Viernes Santo celebramos cómo Jesús, aquel que había traído la Buena Nueva a los pobres, aquel
que había curado a los enfermos, aquel que ha renovado la vida de tanta gente,
aquel que había mostrado el rostro de Dios como Padre cercano y amoroso, ha
sido detenido y conducido a los tribunales judíos. Le acusan de blasfemo, de
pretender hablar en nombre de Dios, saltándose las autoridades y las leyes
religiosas de Israel. Y tienen razón: Jesús muestra a un Dios distinto, un Dios
que tiene como primera ley el amor, por encima de cualquier otra clase de ley y
poder. Y luego Jesús será llevado a los tribunales romanos, será condenado a
muerte. Judíos y romanos lo condenarán y será torturado, y arrastrado hasta el
suplicio terrible e ignominioso de la cruz.
Y
nosotros recordamos esa muerte, porque queremos vivir muy adentro el dolor de
Jesús, y al mismo tiempo queremos vivir nuestra fe profunda en él. Porque
creemos que su fidelidad al camino de Dios es, sin duda, un ejemplo admirable.
Pero no sólo eso. Su fidelidad al amor hasta la muerte ha roto el círculo del
mal y del pecado en el que la humanidad estaba aprisionada. Un hijo de esta
humanidad ha roto el círculo del mal y del pecado. Y nosotros, unidos a él, podemos
emprender con él el camino de la vida y de la salvación. El camino de Dios.
Cotemplemos
con actitud de agradecimiento la cruz, hagamos oración poniendo en nuestros
labios las palabras de San Hipólito (s. II.)
Oh cruz
gloriosa del Señor resucitado,
árbol de
mi salvación,
de él me
nutro, en él me deleito,
en sus
raíces crezco, en sus ramas me extiendo.
Su rocío
me alegra y su espíritu
como
caricia de una brisa me fecunda.
A su
sombra he puesto mi tienda.
Florezco
en sus flores, gusto sus frutos exquisitos,
los cojo a manos llenas, porque
para mí están destinados.
En el
hambre es mi alimento; en la sed, mi fuente,
en la
desnudez, mi vestido.
Sus hojas
son espíritu de vida y ya no hojas de higuera….
Es mi
defensa frente al temor, mi sostén en el tropiezo,
mi premio
en la lucha, en la victoria mi trofeo.
Árbol de
vida eterna, pilar del universo,
tu cima
roza el cielo, y el amor de Dios
brilla en
tus brazos abiertos. Amén
Sábado Santo
En el día
del Sábado Santo, “Un gran silencio envuelve la tierra”; un gran silencio y una
gran soledad, escribía un autor antiguo hablando de este día. Y dice el Misal:
“Durante el Sábado Santo la Iglesia
permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte”.
Jesús ha
muerto, y nosotros, como nos dice el evangelio que hacían María Magdalena y las
otras mujeres, contemplamos el sepulcro y nos dejamos llenar de él: de todo lo
que él ha dicho y hecho, de todo lo que le ha llevado hasta la muerte. Y en él,
en su rostro, vemos reflejada toda la desolación, todo el sufrimiento de la
humanidad: el de cada hombre y cada mujer, de todo lugar y época, y también
nuestro propio sufrimiento. Y al mismo tiempo, en este rostro, vemos también
reflejada toda la esperanza, porque la muerte no es el final, ni lo es el
sufrimiento, ni la desesperanza, ni tampoco la opresión y la injusticia. Más
allá está el amor y la vida. Jesús no se quedará encerrado allí para siempre.
Jesús, con la fuerza del amor de Dios, vencerá a la muerte y abrirá el camino
de la vida para toda la humanidad.
Y llega la VIGILIA PASCUAL
Noche
santa y dichosa,
noche de
amor y de gracia
noche
humilde y victoriosa
noche en
luz transformada.
Noche santa, porque todo
lo viejo se quema y del fuego nuevo se enciende una luz que no se apaga.
Noche santa, porque las tinieblas de nuestro corazón con la Luz han sido superadas.
Noche santa, porque somos purificados con agua pura y
quedamos limpios con el agua del Costado Santo.
Noche santa, porque nos volvemos a encontrar con Cristo,
ungido por el Espíritu Santo.
Noche dichosa, porque desaparecen los miedos, y se cumplen
las esperanzas.
Noche dichosa, porque Jesús. Superada la barrera de la
muerte, vive y está con nosotros y
también mi muerte ha sido ya vencida.
Noche dichosa, porque los almendros todos han florecido y
los corazones todos se han encendido.
Domingo de Resurrección
Amanece
el domingo de Pascua. El día más grande del año. Es el día en que celebramos
que el amor de Jesús ha vencido para siempre el mal, el pecado y la muerte. Y es el día en
que celebramos el camino de la vida y de la salvación que Jesús ha abierto para
nosotros. Este día es anuncio gozoso de
la victoria de Jesús sobre la muerte, y de la vida nueva que él inicia. Así
lo recuerda la Escritura: “La piedra
que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular”. Y realmente es
así. Jesús y su camino de amor fueron rechazados, destruidos. Pero el amor de
Dios es más fuerte que todo el mal del mundo, y ahora nosotros nos podemos
reunir para afirmar, una vez más, nuestra
fe en Él, que vive para siempre y nos acompaña siempre.
LA SEMANA SANTA NOS INVITA A VIVIR EN
SOLIDARIDAD
No
podemos desfilar en las procesiones o contemplar cualquiera de las imágenes de
nuestros Cristos, sin que el corazón se estremezca y sin sentir la presencia en
nosotros de los rostros de otros “cristos”, que la vida muchas veces apalea y trata mal.
Debemos descubrir en los pasos de nuestros Cristos ( Cristo con la Cruz en la calle de la Amargura, Cristo clavado en la Cruz, y el Cristo Yacente) la necesidad de acogida de
tanta gente que nos necesita, que se siente desamparada, que sufre sin que
nadie comprenda su dolor, que sufre ese mal endémico de nuestra sociedad, que
llamamos soledad.
Les
invito a contemplar la mirada misericordiosa
del Cristo negro. Su mirada nos impulsa y nos estimula a no cerrar nuestro
corazón al hermano que tiende su mano,
para que nosotros la llenemos de amor, comprensión, compartiendo y sintiendo
las miserias de los demás como si fueran nuestras propias miserias.
Debemos descubrir en nuestros
Cristos esa fuente tan necesaria e importante, para que la gente recobre el
sentido y el gozo de la vida ante este mundo de dolor, de dolor incomprensible
y absurdo que nos deja disminuidos y a veces nos roe la esperanza.
Nuestros
Cristos son protesta andante ante el mal en el mundo: el terrorismo, las guerras,
los asesinatos, las enfermedades…
Contemplemos
a Jesús cargado con la cruz. Dirijámosle
nuestra mirada, con frecuencia distraída por intereses superficiales y
efímeros. Detengámonos a contemplar su cruz, manantial de vida inmortal; escuela de justicia y paz; patrimonio universal de perdón y misericordia;
prueba permanente de un amor oblativo e
infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable con nosotros, y morir
crucificado.
Él nos dice y nos grita que hay mucha gente
que como Él lleva la cruz: la cruz de la falta de esperanza, de las incomprensiones,
de la dureza de la vida, la cruz de los
más pobres, de los que no tienen trabajo,
ni esperanza de conseguirlo, de los que se siente frustrados por una y mil
razones.
No, no podemos quedarnos indiferentes ante su
mirada, o solo lanzar un suspiro. No podemos quedarnos con los brazos cruzados.
Descubramos la vocación de aquella mujer conmovida, Verónica, y de aquel hombre
invitado a llevar la cruz, Simón de Cirene. ¡Déjame, Señor, que, como el Cirineo, ayude a
mis hermanos a llevar la cruz pesada de
cada día! ¡Déjame, Señor, que, como Verónica ofrezca lienzos que enjuguen los
rostros de mis hermanos!
Nuestra vida es una llamada a la postración de
Cristo Yacente. En Él debemos descubrir
la espera serena a la que nos llama el Señor. Nuestra mirada debe estar puesta
en la mañana del domingo de resurrección y en ese Cristo glorioso y resucitado,
que vence a la muerte y nos otorga la
VIDA.
La Iglesia nos invita a vivir
la Semana Santa
no como un reclamo festivo- cultural, sino como
una expresión de religiosidad que tiene raíces profundas en nuestros
corazones.
Nosotros
nos gloriamos en Jesucristo, muerto y resucitado y nuestras procesiones quieren ser expresión
del misterio pascual, centro y fundamento de nuestra fe. Y para muchos será fuente y alimento de una realidad, que se convertirá en germen de una fe profunda y
comprendida, como muchos de los que estamos aquí hemos experimentado en
nuestras vidas.
LA MADRE DE JESÚS
En el escenario de la Pasión del Señor ocupa un
lugar privilegiado María, la madre de Jesús
Ella, abrió las puertas de la humanidad, para
que el Hijo de Dios tomara carne humana e iniciara una historia de amor.
Historia que culmina con la entrega y muerte en la cruz del Hijo de Dios. Y
allí, en ese momento culmen, estaba María.
Imaginemos
la escena. Al pie de la cruz, María la
Madre de Jesús, está sumida en el dolor, y una espada le atraviesa el alma. En todos los calvarios
de la tierra se contempla el “Stabat
Mater”: su presencia cercana al Señor, compartiendo los momentos más sublimes
de la más angustiosa agonía.
María, la
mujer fuerte, la Madre
coraje, acompaña el tránsito más trascendente de la Historia, el de Jesús, el
Nazareno. Hasta la cima del Calvario, del Monte de la Calavera, había ascendido
Ella, la Madre
del Cordero sin mancha, sacrificadamente, abnegadamente siguiendo el rastro de
la sangre que goteaba de la frente atravesada por la espinas, de las espaldas
sangrantes por la aflicción de los azotes, de los golpes y bofetadas, que
habían afeado la faz del más “hermoso de los Hijos del Hombre”.
Había
reconocido la túnica, tejida de una pieza de arriba a bajo, que sus manos con
cariño maternal habían tejido un día y que, entre los sollozos de su agonía
compartida, ahora con cariño sin medida rememoraba.
Acompañándola
estaban María Magdalena, María la de
Cleofás y María Salomé: tres figuras de dolor para un cuadro de dolor infinito,
en que Dios, Jesús de Nazaret, el Cristo, agonizaba sobre el madero del
patíbulo.
Ella
recoge el testimonio espiritual de la muerte de Jesús. Testimonio que es
mensaje de perdón: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen; mensaje de
esperanza: Hoy estarás conmigo en el paraíso; mensaje de confianza en el Padre:
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu; mensaje de confianza en su madre y
en el apóstol: Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu madre.
De esta
presencia de María en el misterio de la
Cruz, la Iglesia
le adjudica algunos títulos o advocaciones como: Virgen del Llanto, Virgen del
Dolor, Nuestra Señora de los Dolores, Virgen de la Soledad, Madre del
Redentor, Madre del Salvador, Madre de la Iglesia.
Gracias
María por ese saber estar junto a la cruz de tu hijo Jesús. Por ser testigo de
su muerte, por ser portadora de ese mensaje de fe, de perdón, de esperanza y de confianza, que, en los últimos momentos,
tu Hijo nos dejó. Gracias por apoyar al grupo de mujeres y al discípulo amado.
Gracias por representarnos, a los pies de la cruz, en esos momentos tan duros
para ti, a todos los que hoy nos
beneficiamos de la salvación que nos trajo tu Hijo. Gracias por haber
representado tan bien tu papel de Madre del Salvador en la sombra y en el
silencio. Gracias, porque en tantas ocasiones, cuando, apenados y tristes,
acudimos a ti, Nuestra Señora de los Dolores, nos escuchas y nos concedes lo
que más nos conviene.
Tú eres
María, desde tu soledad y tu dolor, lección magnífica para el mundo. Somos conscientes
de que siempre existirá el misterio del dolor y de la soledad. Tú nos enseñas a sufrir en el silencio. El dolor sufrido a tu
estilo, es dolor corredentor, es el arrepentimiento de la humanidad pecadora, es
la esperanza cristiana del que sabe que el dolor del Viernes Santo está a muy
pocas horas de la alegría de la
Pascua de Resurrección.
María dolorosa hoy te pedimos que
sigas volviendo tus ojos misericordiosos a estos tus hijos de Sariñena, hazles sentir
con fuerza aquello que nos dijo el apóstol Pablo: “los sufrimientos de ahora no pesan lo
que la gloria que un día se nos
descubrirá”.
María
Dolorosa, que tu procesionar por nuestras calles se haga sentir. Tú que eres sencillez y sensibilidad; tú que eres
ternura y esperanza; tú que eres virgen y madre; tú que eres reina y servidora,
llévanos a Jesús, a ese Jesús que, para no dar tregua ni al mal, ni a la injusticia,
se entregó por nosotros en una cruz.
DESPEDIDA
Y para
terminar, permítanme unas palabras de gratitud para todos aquellos que hacen posible una vivencia profunda de la Semana Santa de Sariñena. Agradezco
el trabajo de vuestro sacerdote y de tantos colaboradores, que preparan con
rigor y esmero cada una de las celebraciones centrales de estos días Santos.
Igualmente
quiero agradecer el trabajo que realizan
las cofradías y el grupo de tambores para dignificar la Semana Santa. Detrás
de cada una de ellos, y silenciosamente, hallamos hombres y mujeres, que con
gratitud dedican su tiempo, para que la Semana Santa de Sariñena sea expresión viva de
religiosidad y camino que nos introduce
en el misterio de nuestra fe.
¡Feliz Semana Santa a todos!